martes, 24 de mayo de 2011

Que rueden los huesos


(Mi vida junto a Rush)

Libro 1
Finding my way

“Que rueden los huesos: Mi vida junto a Rush”. Suena como el título de una biografía no autorizada. En parte es eso: una casi biografía o una grafía paralela de vida, pero autorizada por la potestad que me dan 21 largos años de compañía, la compañía de estos tipos a los que bien puedo llamar mis compañeros de viaje.
Mi primera reminiscencia de Rush se remonta al año 1988, cuando por mi mente en proceso de expansión se cruzó la canción “Time Stand Still”. La impresión fue nula, y si la recuerdo es porque se trata del primer tema de Rush que oí. En aquel tiempo mis aficiones eran otras: La Cultura de la Basura de Los Prisioneros o Los Versos del Capitán de Pablo Neruda, o Suicidal Tendencies en el extremo más rockero de mis gustos.



                                                       
Sólo dos años más tarde volvería a tropezarme con Rush, y gracias al incipiente pero profundo fanatismo de mi hermano Leandro (a quién yo fraternalmente llamo “El Fan Número Uno de Rush en Chile”. Lógicamente yo soy el segundo). Para entonces (1990) un par de canciones del disco “Presto” figuraban casi como el extremo de lo alternativo en los programas de videos de entonces. Pero bastaron Show don’t tell y Superconductor para que por mis venas comenzara a penetrar el poderoso influjo de Rush. Fue entonces cuando me interesé realmente por estos tipos, y poco tiempo después, quizás un sábado por la tarde, en un cassette negro que hoy sería una reliquia si en mi poder estuviese, grabé un especial de Radio Futuro…”Exit… Stage Left”, disco que en ese tiempo sólo tenía diez años de antigüedad ¡toda una primicia en aquellos tiempos sin Taringa, Megaupload o Mediafire!


Sin embargo, habría un paréntesis de un par de años en la efervescencia que pugnaba por apoderarse de mis instintos, y este paréntesis se debía al que entonces era mi grupo guía: Queen. Nunca me avergonzaré de contar que el día de la muerte de Freddy Mercury lloré en mi pieza al escuchar una vez más Bohemian Rapsody…¡Oh, y mis poleras, una blanca y una negra con el escudo de Queen en letras doradas, ying y yang de la reinante fuerza del rock, compradas en una tienda del viejo Eurocentro sin emos…!

 
Pero esta es la historia de mi afición por Rush. Como decía, hubo un paréntesis en el que si bien escuchaba Rush, aún no me adentraba en el mundo, en el libro de arena y el Aleph de su discografía. La apertura total, el desborde y el cataclismo en mi sangre vendría el año 1992, cuando me trasladé a vivir a Chillán, llevándome en una de mis idas y venidas el disco “Chronicles”, en cassette lógicamente. Entonces Rush comenzó a penetrar en mí pero a otro nivel: bajo la epidermis de mi escritura. Me sentía como Alexander de Large oyendo a Beethoven: Oh Gloria  Oh Gloria y cielo…era como vino derramándose en una nave espacial…sólo que era infinitamente mejor que las alucinaciones del pequeño Alex porque yo podía escribir lo que sentía, comenzando esa dura batalla de todo escritor, tratando de aunar la técnica y las subjetividades derramadas.
Así comenzó una simbiosis catártica, una alianza de espejos en que Rush reflejaba lo que sentía y a su vez el papel era el espejo donde lo sentido caía. Así, al ritmo de Rush escribí gran parte de los poemas que compondrían mi primer libro (aún inédito) Libro de poemas capitales. Poco tiempo después, en 1993, arribaría (¿o descendería?) más al Sur, a mi Temuco de la Frontera, para hacer el paralelo itinerarium mentis at veritatem entre el conocimiento de la Teoría de la Comunicación, Palo Alto, Watzlawick y las juergas infinitas, y el periplo inacabable que significaba adentrarse en la discografía de Rush. De a poco fueron cayendo en mis manos y en el profundo pulsar de energía desatada los discos de Rush, conseguidos por mi hermano Leandro en alguna tienda del centro de Santiago cuyo nombre no recuerdo, donde grababan discos de rock inencontrables desde inefables vinilos, a casstettes lógicamente.

En este viaje alucinógeno y empapado de la lluvia de la Frontera y el misticismo de una adolescencia prolongada, se produjo la revelación definitiva: 2112. Y hasta hoy me parece que el sonido de agua cayendo, la suave fluidez de la ignota cascada de Discovery es el mismo sonido de la lluvia que caía por los techos y por las canaletas de mi pensión en la calle Lautaro. Fly by Night, Hemispehres, Caress of Steel, A Farewell to Kings…la revelación parecía no tener fin, y los duros y melódicos vericuetos de la obra rushiana abrían nuevos filones, grietas de luz que en mi escritura no conocía…y eso que mi imperfecto inglés aún no descubría al poeta Neil Peart.


Multitud de imágenes se desmoronan y se superponen en mis ojos, como si las viera ahora: caminando por Avenida Argentina en Chillán oyendo The Trees…Viajando gratis entre Temuco y Chillán con conductores de buses amigos que se alojaban en la misma pensión de la calle Lautaro, escuchando en la cabina Tai Shan mientras contemplaba como la luz de los focos avanzaba fijamente en la niebla de la carretera…con mis amigos de la Universidad disputándonos la mímica de la batería, del bajo o la guitarra para poder rockear hasta el paroxismo The Necromancer, y disputando además la colita del último pito de marihuana en nuestra pieza de la Villa Aquelarre en Temuco…



Rush parecía ser un universo paralelo desplegándose al mismo tiempo que los mundos artificiales de la cannabis, la poesía de Lautreamont y Gonzalo Arango, los labios y pechos de una muchacha en que todas las muchachas convergían, ¡todo el mundo se abría ante mí! Fue entonces cuando decidí desbocar a la dulce bestia que pugnaba en mí desde hace años, y decidí tirar mi carrera de Periodismo por la borda, tan firmemente apoyada por mi familia, mi madre adoptiva y mi hermano de sangre Sergio, para dedicarme a lo único que amaba en ese momento: la música. Así es que bajo el influjo de las baquetas, tresillos y redobles de Neil Peart dejé después de dos años Temuco, y volví a Santiago a trabajar para costearme mi batería…

Eyes wide open
Heart undefended
Innocence untarnished...

Continuará



Libro 2
Cinderella Man

¡De modo que el influjo de Rush había pasado a otro plano más! Ya no bastaba con escribir al ritmo de Freewill o Jacobs’s Ladder, ahora quería adentrarme más profundo en el sueño, quizás no ser como los héroes de mi adolescencia prolongada, sino más bien participar de esa corriente galáctica por donde los meteoros de luz de los riffs y los splashs, los alaridos de Geddy y las notas épicas de Lifeson eran más reales que la realidad misma…



Eran mediados de los noventa y comenzó mi otro viaje, el que me distanciaría elípticamente de los vericuetos de la literatura a los más mundanos laberintos de la música no profesional. Y en esos años se cimentaría mi amistad con mis tres compañeros de viaje. No sé si lo leí en alguna parte o si lo he pensado más de una vez, pero los fans de Rush nos consideramos especiales. Alguien nos llamó los Trekkies del rock, un inocente adjetivo que calza bien con nosotros, en cuanto a que somos partícipes de un mundo sui generis, el mundo de la música de Rush, la que me atrevo a decir, para el verdadero fanático ha significado infinitamente más que degustar o incluso idolatrar a una banda de rock.

Pues bien, en mi viaje Trekkie los años en que bajo el influjo de las constelaciones de Cygnus me ví tratando de remedar a mi maestro Neil, aprendí muchas cosas, y una de ellas fue que nunca tocaría como él, hiciese lo que hiciese. Sólo pude conformarme, sin ninguna pretendida modestia, con alguna que otra emulación del estilo olímpico, bestial y poderoso de Pratt, a través de mis roto-toms, mis chimes y mi batería Mapex Mars Pro. Confieso que en algunos largos períodos, extendidos incluso por meses, Rush fue la única música que escuchaba, todos los días y varias veces al día, con ese nunca alcanzado objetivo en lontananza.


Podía navegar por los inconmensurables anillos uniersales de Supper’s Ready de Genesis, estremeciéndome en el avistamiento de la Nueva Jerusalén de Peter Gabriel; podía erizarme como una bestia llena de pelos eléctricos con Karn Evil 9 de Emerson, Lake and Palmer y aún escribir aventuras épicas a su ritmo; o incluso emocionarme hasta el éxtasis con la voz de Jon Anderson y los teclados de Wakeman en And you and I. Pero siempre volvía a mi matriz energética, a mi esencia por fin encontrada, cuando escuchaba a Rush.

Durante esos años, un monólogo / diálogo musical se estableció entre Rush y mi sensibilidad musical, repasando hasta la exasperación una y otra vez Afterimage, que nunca ha dejado de emocionarme; las gloriosas imágenes de guerra de átomos y creaciones que dejaba tras de sí A farewell to kings; las lágrimas y estrellas de Tears; los mundos hacia dentro y la meditación individualista de Red Sector A; por todos esos rincones que tú te has paseado, rusheano, ahí yo he estado mil veces. Como diría Borges, Sepa quien se detiene maravillado, trémulo de ternura y de gratitud, ante cualquier lugar de la obra de esos felices, que yo también me detuve ahí (Deutsches Réquiem).


Mi incursión en el mundo de la música tuvo su límite; después de algunos años de trasegar por bares, escenarios de eventos municipales, discotecas, campamentos de verano, festivales de rock en universidades, de recorrer varias y distintas ciudades de Chile, después de grabar un demo de música rock instrumental con los temas de mi gran amigo Iván Galloso, después de tocar covers que incluían en el más variopinto de los repertorios con temas que surcaban de Jimmy Hendrix a las Spice Girls, y ya cansado de vagar con mis cases enormes y mis bártulos, atriles y botas de montar obsequiadas por un amigo belga, me cansé del heroico intento de extremar la devoción del rock hasta el más agudo de los extremos, y decidí vender todos mis instrumentos, volver a Santiago desde Coquimbo, y dar por finalizada esa extendida adolescencia que ya llegaba hasta mis 27 años.
Pero de esos años de peregrinaje y aprendizaje, de querer vivir a lo rockstar pero con rock sin estrellas y poco brillo, saqué en limpio unas pocas lecciones, entre las cuales la más importante era que pasara lo que pasara, y como dijo una vez George Clooney, “las mujeres pasan, los amigos quedan”. Y ahí estaban mis compadres de Rush, siempre conmigo.


Si el intento del rockstar había fracasado, (aunque todo fracaso si es asimilado is a one little victory), la compañía de Rush seguía estando ahí, pero ahora pasaría a un nivel distinto, otro más, que vendría de la mano con lo que había evitado hasta ese momento: la madura idea de sentar cabeza, y reencontrarme con la creación literaria, nunca abandonada del todo pero puesta en segundo plano por mi obsesión con la música.


Roll away the stone
(Sisyhpus)
Roll away the stone
If you could just move yours
I could get working on my own



Concluirá…




Libro 3
Sweet Miracle

Si bien mi reencuentro con la literatura no ocurrió al mismo tiempo que mi abandono de los sueños rockeros, puesto que durante todos esos años escribí, escribí y escribí, este nuevo conocimiento me permitió aprender a apreciar a Rush desde otra perspectiva. En pocos lugares de la música popular, y menos dentro del rock, es fruto palpable la calidad de las letras, más bien los lyrics son un perpetuo deudor y pariente menoscabado en beneficio de la melodía y el despliegue de la instrumentación, con excepciones que son notables en su misma particularidad; y no estoy hablando de Jim Morrison, ese adefesio pseudo literario, ni de Bob Dylan, a quién no tengo el honor de haber leído, sino más bien del hallazgo que significó para mí la literatura (sí, literatura) de Neil Peart. Como toda obra total que puede ser enriquecida en su análisis cada vez que se le aborda desde una perspectiva nueva, la faceta del diamante de la creación de Rush que son las letras de Peart no han sido debidamente ponderadas. ¿Será por los prejuicios contra Rush, someramente tratados en el documental Beyond the lighted stage? ¿Será porque, a la usanza de Marlon Brando, los literatos piensan que nada bueno puede venir del mundo del rock? No lo sé, y si bien siempre hablaré de Rush desde la perspectiva del fanático, también lo hago desde mi oficio de escritor; no es este el momento de analizar ni de enumerar las joyas que he ido encontrando en los versos de Peart, baste decir que de la simbiosis de la música con el ritmo de mi creación la lírica de Peart, con todas las dificultades y limitaciones de la traducción, pasó a influenciar no sólo mi forma de escribir, sino mi forma de crear las estructuras formales sobre las que he construido mi creación literaria.


No podía ser de otro modo entonces, cuando edité de manera independiente mi obra La Ciudad de Los Césares, el comenzar con este fantástico epígrafe:

“I had heard the whispered tales
Of immortality
The deepest mystery
From an ancient book.
I took a clue
I scaled the frozen mountain tops
Of eastern lands unknown...”

Dice Alex Lifeson en el mismo documental citado que en el momento máximo de su popularidad, luego de Moving Pictures, mucha gente apareció de la nada, creyendo que al acercarse al grupo había una especie de conexión especial con ellos, conexión que Alex en un gesto silencioso hace desaparecer.
Yo creo que nunca conoceré a Rush en persona, y en realidad me importa nada. Ya los conozco, ya son mis amigos, pues como dijo Descartes, conocer la obra es mejor que conocer al hombre que la creó, puesto que estamos conociendo su mejor parte. ¿Cómo no podría estar feliz de tener estos amigos que me han acompañado tantos años? En cada momento de plenitud y éxtasis, en pasajes donde la vida parecía transcurrir sin objetivo o transcurrir en sí misma, acostado pensando en cómo enmendar mi futuro mientras escuchaba Bravado y sentía una nueva luz invadirme, en momentos de dolor inconmensurable como la muerte de mi hermano Andrés, cuando con mi hermano Leandro nos abrazamos y nos dijimos (esto es absolutamente cierto) ¿Porqué? ¿Porqué estamos aquí? ¡Que rueden los huesos!, en momentos iluminados por bendiciones como The Mission, sí, en cada uno de los momentos de mi vida, han estado presentes, acompañándome, yendo y viniendo como magos entre luces y sombras, como los tres viajeros de The Necromancer, estando allí como el mejor de los libros que siempre espera ser abierto, Rush, siempre, Rush.


Fue así como después de enmendar mi rumbo y sentar cabeza, después de sufrir pérdidas terribles en mi familia que no detallaré aquí, sin ánimo ni objetivo de establecer paralelismos innecesarios, pude hallar a la mujer que hoy me acompaña y me ha dado el tesoro de la luz, mi mejor poema: mi hija Sofía. Y para mi mujer Victoria escribí un libro de poemas, sí, de amor, al que titulé Libro del Dulce Milagro, y que comienza así:

Cuando la vida se vuelve tan estéril
Y tan fría como los cielos de invierno
Hay un faro en la oscuridad
En un distante par de ojos…
Es en vano buscar el orden
Es en vano buscar la verdad
Pero estas cosas aún pueden ser dadas:
Tu amor me ha mostrado la prueba”

(De “Madrigal”, A farewell to kings, 1977)

Si me preguntaran por tres palabras para definir a Rush, diría de inmediato: Integridad, Profesionalismo, Amistad.

Integridad: Son contados con los dedos de una mano los casos dentro de la música popular en que exista una continuidad, compromiso, retroalimentación con la propia obra, honestidad en las limitaciones, humildad en el exacto sentido de la palabra, es decir, dar a las cosas su justo valor sin caer en la auto flagelación, son pocos los casos digo, y que además hayan conseguido una perdurabilidad a través del irrebatible paso de los años. AC / DC, U2, The Residents, podrían ser algunos casos que eventualmente tendrían algunas de esas características. Pero, y eso bien lo sabemos los fans de Rush, no hay banda de rock que tenga una historia como la de Rush, en que se haya aunado ese equilibrio y constancia a lo largo de una obra y de décadas, sin dejar nunca de ser quiénes son.

Profesionalismo: Todos los músicos o incluso los artistas de cualquier disciplina que perduran y se sostienen comparten esta característica. En el caso de Rush, el profesionalismo linda con la búsqueda de la perfección, con el horizonte nunca perdido ni olvidado que lo que una banda hace no es girar sobre sí misma sino sobre el trabajo entregado a la audiencia; el profesionalismo unido al corazón de la búsqueda “no tan noble” como dice Geddy Lee en el documental de Rush in Río.

Amistad: Bueno, esto la sabe cualquier fanático de Rush y no merece mayor análisis. Para los que no los conocen tanto, bastaría decir que no es posible que una unión de intereses permanezca en el tiempo durante casi cuarenta años, con los mismos integrantes, si es que no existe otro sustento invisible para esa permanencia. Toda una lección de vida, como dijo un amigo no fanático después de ver el retorno de Rush después de las tragedias de Peart en Beyond the lighted stage.


Una vez, a mediados de los noventas, oí a Geddy responder en una entrevista, a la pregunta de ¿cuánto crees que durará esto? (por la permanencia de Rush): “No lo sé; cuando teníamos veinte años no nos veíamos haciendo esto a los treinta; y cuando teníamos treinta no nos veíamos en lo mismo a los cuarenta, y ya ves donde estamos. Siempre es gratificante ver a gente como Mick Jagger sobre un escenario, eso te da motivación para seguir adelante, pero en realidad no lo sé”. A los fanáticos nos da lo mismo. Vivimos el hoy de Rush, un presente transido de las infinitas constelaciones donde se cruzan todas las luces de una obra incomparable. ¿Y qué más da? Aunque Rush ya es una leyenda viviente, siempre tendrá algo que decir o aportar, sea con lo ya hecho o lo que hagan en el futuro. Y más allá de su aporte a la música popular, creo absolutamente que Rush ha llegado a ese punto donde el Arte alcanza su plenitud, contribuyendo a hacer más habitable el mundo y a permitirnos soñar con las cosas imposibles, porque el sueño es parte de la esencia misma del Hombre.

And the men who hold high places
Must be the ones who start
To mould a new reality
Closer to the heart...

Fin



lunes, 29 de noviembre de 2010

El Príncipe y el Potro

¿Es que he dormido, hasta que tú has abierto estos abiertos ojos de mi carne?
¿Quién es el fantasma que entra en cada una de mis extremidades, el fantasma del que fui, o el del que seré?
¿Porqué me reflejo en tus ojos, y tus ojos se reflejan en mis ojos que vuelven a reflejarte, y en tus ojos me veo otra vez aparecer, como tú apareces en los míos?
¿Porqué primero sale cantando un ángel heroico, en una cascada de capitanes que por adorarte morirían, antes que el caballo de fuego, que pronto enseñará la espada de su carne a tu cielo humedecido?
¿Porqué pronto el adorador embelesado al caníbal profanador abre paso? ¿Porqué, si en la hipnosis de mis miradas tus cabellos se hacían tiranía de beatrices idolatradas, pronto un perro jabalí jadeante pasea sus rayos oculares por tus muslos, y tus nalgas?
¿Cómo reúno en un gesto, en una palabra de exactitudes estrelladas y hechas llave mágica, al místico que ante tu altar se prosterna, y al centauro que sobre ese mismo lugar sagrado quiere penetrarte?
¿No te asustarás si tengo la mitad del rostro de un muchacho, y la otra es la de un lascivo chivo babeante?
¿No huirás, si junto que con esta flor, te enseño mi virilidad hecha
sangre quemante?
¿No volverás a subir al cielo, si junto con la plegaria que tu nimbo me hace lanzar al aire, balbuceo las más atrevidas y subterráneas indecencias?
¿Relámpagos y collares de rosas serán hermanables? ¿Palabras y jadeos, igual de comprensibles?
¿Me pondré la sotana del inexpugnable respeto? ¿O rasgaré tu ropa frente a tus padres?
¿Qué haré con este príncipe y este potro que brincan de mi pecho, de mi vientre suben, saltan de mi cabeza hendida?
¿Por ti, por ti acaso podré uncirlos, y hacerlos un solo ser de vuelo y cabalgata, un único ser de aire y fuego, acaso por ti, por tus ojos que han abierto los ojos de mi carne?


sábado, 20 de noviembre de 2010

La Tumba de Julio Verne

Los lugares donde no hemos estado pueden llegar a impresionarnos de manera más poderosa que aquellos que osamos hollar con nuestra presencia. Asi me ha ocurrido con una imagen, una imagen que me ha conmovido de un modo profundo, porque parece venir de las profundidades de la tierra misma. En el Cementerio de La Madeleine, en Amiens, está enterrado uno de los 21 (de mis 21): Julio Verne. Pocas, sino ninguna me atrevería a decir, ninguna de las tumbas que he visto me ha producido la impresión de esta. Toda tumba trae un prístino hálito de muerte, un aroma de putrefacción primaveral y agua de invierno negro, un suave susurro de gusano y aniquilación a nuestro corazón; solo unas pocas nos azotan con una luminosa estela que nos permite avizorar, por unos pocos segundos, el relámpago y la intensidad desencadenada de una existencia ya vivida, y llevada a su gloriosa plenitud. Tal vez ninguna cause la sensación de vencer a la muerte como esta, la tumba de Julio Verne. En ese héroe desgarrado que asciende, están la cabalgata de Miguel Strogoff y la furiosa misantropía del Capitán Nemo; el arrojo de Picaporte y la helada intrepidez de Phileas Fogg, el ciego salto del Capitán Nicholl y Miguel Ardan. Ningún pedazo de tierra muerta, ninguna lápida mohosa, ninguna letra de mortal semiborrada por la lluvia en ninguno de los cementerios de todo el mundo, tiene la belleza y la furia, el estallido primordial que parece crear con un solo gesto mundos paralelos y mundos reales, de esta tumba, la tumba de un mortal que se llamó Julio Verne. Y, contemplando esta foto de un lugar en el que no he estado, siento de nuevo al niño dentro de mí, el niño que estuvo en la Luna y en los desiertos despiadados, en el último roquerío del mundo y en una proa hacia su destino, y con la mano de carne y mármol hacia arriba, puedo repetir las palabras de Axel Liddenbrock:  
" Sentí que renacía un nuevo fuego en el interior de mi pecho; olvidé los padecimientos del viaje y los peligros del regreso. Lo que otro hombre había hecho también quería hacerlo yo, y nada que fuese humano me parecía imposible.¡Adelante! ¡Adelante!"

martes, 16 de noviembre de 2010

Neal Morse, tocado por la gracia de Dios

Poco importa como lleguemos a conocer algo; ese camino de misterio estará siempre vedado para nosotros en su fuente oculta, pero no en su revelación. Y quizás revelación sea la palabra más exacta para definir mi encuentro personal con Neal Morse. Probablemente una frase, un comentario de un video de la canción Wasted Life en Youtube defina lo que este genio en mí provoca: "Man, I can't believe this song touches me, even though I'm an atheist...". 
Para los que ignoran de quién hablo, basta saber que Neil Morse es un genio viviente del rock progresivo, un hombre cuya historia de vida es tan particular, que sólo podría provocar extrañeza, cejas enarcadas y sonrisas a quienes se les dijera que Morse es un genio del rock progresivo, pero del rock progresivo cristiano. Esto estaría bien y no demasiado infrecuente para músicos de rock (Delirious? y Slather vienen de inmediato a mi mente); sin embargo, el caso de Morse es particular debido a la vastedad y profundidad de la obra desarrollada por Morse durante los últimos quince años, a partir de las bandas Spock Beard y Trasatlantic, y como solista dedicado a difundir el verbo y la obra de Dios desde 1999, aproximadamente, hasta hoy.

 De todos los discos editados por Morse, y de cuya notable lista aún estoy en periplo de conocimiento, por el momento elegiré para comentar (y porqué no, recomendar) tres, tres momentos en los que la palabra sublime recobra su más preciso significado místico:

                                                                   TESTIMONY
  

El gastado adjetivo notable comprende y abarca poco lo realmente notable que es este disco. Se trata de un disco doble (menudo desafío en estos tiempos), donde Morse muestra y expone, corazón en mano, su experiencia místico-religiosa, para dar como bien dice el título Testimonio de fe. Este testimonio por supuesto con una fuerza, talento, lucidez y virtuosismo a ratos exuberante. Desde los primeros acordes de The land of beginning, que abre y cierra este extenso trabajo, pasando por momentos sinfónicos ("Overture"), hasta baladas de rendición ("Wasted Life", "I'm willing"), y momentos de pura alegría entusiástica ("Sing it high"), Morse entrega un trabajo vasto como un océano de sonidos, inabarcable como la misma idea de Dios. Una joya brillando con autenticidad, que esacasea aún en el mundo de las canciones religiosas.

ONE
Me falta espacio, me falta aire para cantar la alabanza de un disco tan bueno (bueno, que hermosa y justa palabra). Desde inicio a fin una sublime adoración, no sólo a Dios, sino a la música a través de estos acordes.
Pero cuidado, porque no estamos hablando de una adoración manida, angelical, de querubines rosáceos que pregonan delicadamente un coro celestial. Estamos hablando de guitarras, teclados, golpes y tresillos de batería de Mike Portnoy, voz desgarrada de Morse en mezcla de hasta seis coros hechos por esta misma voz en tiempos distinttos pero en una sola melodía, virtuosismo y poder llevados al súmumm. Una muestra del poder y del éxtasis del rock.

SOLA SCRIPTURA
He querido dejar para el final el primer disco solista de Neal Morse que escuché, "Sola Scriptura". En este trabajo, docto y poderoso a la vez, encontré una revelación primordial y a la vez definitiva: el rock sinfónico no está muerto, y es como la poesía, a la que varias veces han dado por acabada y ha resurgido nuevamente con más fuerza, como dijo alguna vez Pablo Neruda. Tres canciones largas y una balada componen este disco, situado en la perfección de principo a fin. Yo no sé mucho de Dios, pero por lo menos sé lo suficiente de música para decir que este disco es uno de los mejores que he escuchado en mi vida; y para que esta condición reúna sus requisitos y estalle en el adjetivo, no basta con que toquen los mejores músicos y el virtuosismo sea llevado al paroxismo; eso está muy bien, pero la música sin corazón es una brillante piedra destinada a caer pronto en las sombras. Y corazón a este disco le sobra, sin hablar ya del derrochado virtuosismo de cada uno de sus pasajes. Todo el disco en sí es un crescendo desarrollado hacia el final, clímax del leit motiv, estallido de estrellas de hermosura. Con razón (con la razón del corazón que sólo el corazón entiende) puedo decir que creo en Dios cuando escucho este Disco.

"God can change the world with just one willing soul
Who will stand up for the truth and give him starring role
So come into the fullness and open up the door
Maybe it is you he's looking for
Maybe it is you he's looking for..."

domingo, 14 de noviembre de 2010

La carga del escepticismo

 Los que en Chile bordeamos los cuarenta y sabemos de quien se habla cuando se menciona a Jorge Dahm, no podemos olvidar el extraordinario programa que se llamaba "Creaciones", en el canal de la Universidad Católica. Y por supuesto, tampoco podemos olvidar ese primigeneo descubrimiento del universo que fue para muchos de nosotros "Cosmos", la serie develadora de la Ciencia que era exhibida dentro del mismo programa.



"Cosmos" da para mucho más que un pequeño análisis en un blog, por lo que por ahora les dejo un interesante y amenísimo texto de Sagan, "La carga del escepticismo", un texto obligatorio para cualquier persona interesada en reflexionar sobre los límites, alcances y perspectivas del método científico.

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Harold Bloom - Cómo leer y porqué

 Un notable texto del extraordinario crítico de literatura Harold Bloom.
Dirigido a aquellos lectores que necesitan una pequeña guía en el vasto mundo, el inacabable laberinto de la literatura.

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sábado, 13 de noviembre de 2010

Copulatio more ferarum

Abramos esta puerta donde todo se cierra. 
Saber que aquí somos, luna o llama, y ambos.
Sudar galaxias, caer como un péndulo
Donde reunidos son tu luz y mi espacio.


Corazón rubí, perversa santidad mía,
Roce de átomos que cuchichean y chocan.
Asceta de la aurora de esta carne
Donde la lógica de la sangre se desboca.

Aquí se dibuja el sueño de los ángeles
Que en la nube del éxtasis ascienden.
Humano, cada vez más humano y cerca
Del vértice donde los opuestos se entienden.


Caí porque caí, porque tú quisiste
Que al doblegarte, yo mismo me venciera.
Subí porque subí, porque tú te inclinaste
Y me doblaste sin prisa hacia la tierra.

Como dos esculturas que en amasijo se funden,
Hunden, levantan, exactas como dioses
Milímetros de piel, aroma de cielo
Donde los ríos del viento se conocen.


Fluir por este rayo de tiempo único
Donde tu año nuevo y mi tictac se abrazan,
Ritmo y fin, acabarse y ser únicos,
Donde pureza y pecado se hallan.

Divino reino de la guerra, al fin,
Guerra de epidermis y de sangre.
Sólo aquí los tratados y los dogmas
En este dulce ritmo se deshacen.

Del "Libro del dulce milagro"